sábado, 1 de febrero de 2014

Pasaporte Biológico - Ana Ares - 55 Minutos





Pasaporte biológico. Señas de identidad.
Últimas direcciones conocidas.

Mi fórmula sanguínea.
La sempiterna ausencia de metales
y la escasez de hierro habitual.
Nadie habló de encofrados, de cimientos.

La ficha policial
que seguro me nombra como víctima
desconociendo mis exuberancias.
Las gafas graduadas. Los chicles en el bolso.

Expediente del bachillerato, 
la selectividad,
el puñado de papeletas blancas.
Un título, y luego otro. Y orla, y fecha.
Un marco a cada uno.

Los álbumes de fotos más desnudas.
El familiar, la niña de las pecas
y todos los disfraces posteriores.
El armario repleto de disfraces.

Un par de cicatrices distintivas:
una en la piel; la más honda en el iris.

La manera de retirarme el pelo, 
la de llevarlo siempre en medio de los ojos.
La cintura estrechada de todos mis vestidos.
Los anillos y algunos zapatos de colores.

La adicción al azúcar.
La adicción al amor.
La adicción a los versos.
La adicción a la excusa.
La adicción al calor de los cuerpos ajenos.
La adicción al hachís y a los mecheros.
Al chocolate, en general. Al sol.

El modo de llorar desconsolada.
El de llorar también sin hacer ruido.
La blanca carcajada, el humor negro.
La forma de perder la sonrisa
y la de ganar, siempre con sorpresa.

La mágica y la química inconstancia 
de mis átomos. Su probabilidad, 
su existencia remota en otro mundo.
La cáscara de nuez, el universo.
La infección estelar de las pupilas
que me distingue de cualquier adulto.

El código de barras de los genes
urdidos para hacerme esto que soy,
esto que amas.

Son cosas que podrás 
presentar como prueba
en algún ministerio, en las comisarías,
en los bares abiertos a deshora, 
cuando me haya perdido y, conociéndome
y a pesar tuyo, me quieras encontrar.


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