Aquello no fue una despedida.
Fue un largo rosario de desencuentros que,
cada dos por tres,
interrumpía el aguacero.
Había una pizca de mar y un puñado de cielo
y con eso y su punta gastada escribíamos todo el tiempo.
Era brutal el amor en los húmedos sótanos del domingo.
Interminables eran los brazos azules con que me amarrabas.
Ya digo, aquello, no sonó a despedida.
Durante siglos nos seguimos tropezando
el uno con los restos
de la otra, sin remedio.
Nunca volvimos a ser
tan naúfragos como aquel septiembre
en el que cada día era un rescate a vida o muerte.
en el que cada día era un rescate a vida o muerte.
Era magnífico verte avanzar solo ante las olas.
Incontenible era el surco rosicler en la arena
desgajándonos los caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario